Personería jurídica Nro. 36114 (Prov. Bs. As.)

jueves, 28 de febrero de 2013

Recuerdo de enseñanza.

Pablo Rosas.
 
 
Me parece   por demás oportuno  evocar un relato de lo sucedido por el año 2007  en la Biblioteca J. N .Madero de San Fernando. En uno de esos viernes en el que el grupo de lectura (I.O.M.) puntualizaba  "La dirección de la cura y los principios de su poder", de J. Lacan, Juan, miembro del grupo por aquel entonces, nos hizo un comentario acerca de una conversación un tanto particular con un sujeto, la cual a grandes rasgos recuerdo  de este modo:
Un buen señor al que podríamos definir  como un leído, un preparado, un "diletante" para ser más preciso, le planteaba a Juan uno por uno los clisé  en contra del psicoanálisis, orientado por un criterio utilitarista del mismo (unos años después esto se plasmaría desde otro país en un notable "libro negro").
Si bien Juan trató  por todos los medios  de contestar con argumentos a cada una de sus preguntas  capciosas, llegado un momento y ya presa del hartazgo, nuestro amigo concluyó la conversación con esta frase: "Yo hago con el psicoanálisis". (¡Brillante frase!, agrego).
Esta oportuna respuesta va en relación a otra pronunciada en una conferencia un tiempo después en la misma biblioteca. Germán García planteó a los miembros del  I.O.M. en particular y a los oyentes en general una pregunta  muy concreta: ¿Para qué sirve el psicoanálisis? La cual contestó, no  sin antes  leer y oír respuestas diversas, de este escueto modo: " Para orientar sobre el deseo".
Me permito  aunar estas dos formulaciones de la siguiente manera:
Hacer con el psicoanálisis, es decir, orientar sobre el deseo del sujeto, lo cual es por otra parte, la utilidad del mismo y además, su ética. Un acto en sesión en contraposición a culturalismos educacionales y conductuales, que alimentan el relato potencial del neurótico (y en el caso de este sujeto su diletancia), tan alejado de un acto verdadero.
He tenido la fortuna  de estar presente en  muchos encuentros en que estas enseñanzas surgían y de estar completamente seguro que este  2013 dentro de las  actividades de la Asociación de Psicoanálisis  San Fernando, nos ofrecerán muchas más.


domingo, 3 de febrero de 2013

Aún los ilimitados tienen un límite.

Verónica Ortíz
 
Una conocida empresa de comunicaciones nos hace una interesante propuesta desde sus afiches publicitarios: ser “ilimitados”. ¡Nada más y nada menos! Corrijo, “nada más” no, porque lo sin-límite se fuga en una deriva al infinito de tal modo que no se podría pensar en “nada más” ya que es necesario un “hasta acá” para pensar en “más allá de acá”. “Nada menos” es lo que nos promete la publicidad; allí radica el truco: que no exista el menos, que no exista la falta.
La falta es algo muy mal visto en estos días, tiene mala prensa. La oferta es colmarla con el consumo de objetos tecnológicos ilimitados. Estos “gadgets”, como los llamó hace ya muchos años Lacan, dan la ilusión de no tener límites: cada vez más rápidos, más portátiles, con más funciones… han de hecho desdibujado en gran medida el tiempo y el espacio como los conocíamos. Podemos hoy conversar con alguien en Japón, sostener una teleconferencia o capacitación a distancia, filmar, reproducir, proyectar, almacenar y enviar imágenes y grabaciones de modo casi instantáneo o recibir un fax que por milagro tecnológico da la sensación de acercar la materialidad de lo escrito desde lugares recónditos.
Hasta ahí todo muy bien. El problema comienza cuando empezamos a creer que esto nos vuelve mágicamente ilimitados. Entonces, tener el celular de última generación se convierte en una necesidad vital para obturar la incompletud, la falta.
Algunos de sus nombres: enfermedad, desencuentros, vejez, pobreza, pérdidas, soledad, incapacidad,  fracasos, impotencia, deterioro del cuerpo, transitoriedad, muerte. Destino inexorable de lo humano, la incompletud nos habita. Toca a nuestra puerta antes o después pero toca, nos toca, siempre. ¿Nos ayudará en ese momento la feliz promesa del sin-límites de la posmodernidad? ¿Aquella que nos vuelve consumidores caprichosos y exigentes, ávidos de más y más?
La casi inmediata obsolescencia de los objetos tecnológicos complica el panorama del  consumidor a la vez que promete mayores ganancias en el mercado: el día que por fin  adquirimos nuestro preciado chiche nuevo, ese mismo día –¡Ley de Murphy!-  es lanzado en algún lugar del mundo otro más novedoso, con mayor alcance y funciones más sofisticadas y por supuesto más caro, dejándonos un gusto amargo en la boca porque nuestro objeto, justo cuando creíamos que lo habíamos atrapado, se volvió a desplazar y el feliz e ilimitado dueño… es otro.
Consumidores exigentes y caprichosos, a veces, muy parecidos a niños. Es un aspecto que explotan muy bien los afiches “ilimitados”. Por ejemplo, una mujer, crecidita ya, sacando la lengua. La imagen comunica: sé una niña caprichosa, y supuestamente muy libre (en todo lo que no sea consumir, ya que debes consumir este producto) y, debajo, la leyenda ILIMITADA.
En un blog diseñado como complemento a las cátedras de publicidad de las universidades se nos explica: “Cada una de las piezas, incluidas en TV, gráfica y radio, destaca los beneficios para cada tipo de clientes bajo el mismo concepto: Todos juntos, Todo el tiempo, en Todos lados de manera ilimitada”. Sí, el Todo está tres veces, y con mayúsculas. La separación en tiempo, lugar y del otro es anulada. Los sujetos son reducidos a “tipos” de consumidores diferentes pero la diferencia se acaba ahí ya que son distintos tipos bajo un mismo concepto: el Todo. Podemos preguntarnos ¿Qué lugar para cada uno?
Freud nos advertía: “Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte[1]”. Parece una sugerencia algo lúgubre. Muy por el contrario: se trata de una invitación a dejar de ser niños, aquel “niño generalizado”[2] como decía Lacan y como recrea Enrique Acuña: “niños inocentes que ignoran su implicación en las acciones cotidianas[3]”.  Frente a la eterna niñez del consumidor compulsivo, una propuesta: atreverse a saber, el sapere aude kantiano. Porque el método de obturar la falta con objetos del mercado no suele acabar bien. De la manía consumista a la depresión generalizada hay sólo un paso. Por más que nos pasemos la vida entera negando la falta, ésta siempre encuentra el modo de colarse en ella. Aún los ilimitados tienen un límite, por mucho que se dediquen a no saber nada de eso.

[1] Freud, Sigmund Nuestra actitud ante la muerte (1915) Obras completas Amorrortu Volumen 14
[2] Lacan, J. Otros escritos (2012) Paidós.
[3] Acuña, Enrique Lo que el diablo enseña. Revista El puente N2. A.C.I.D. Corrientes-Chaco