Por Alejandra Medina.
La noción de estudios de género surge a partir de la preferencia de tomar como objeto de
estudio la relación entre los sexos
como un modo de incluir lo masculino
en los estudios de las mujeres y evitar hacer del objeto-mujeres una categoría particular;
pero la particularidad aunque velada, insiste en aparecer en cierta
interpretación colectiva que asocia las cuestiones de género con las cuestiones
de las mujeres. La expresión “violencia de género” se entiende generalmente como
violencia hacia las mujeres, y es en cierto modo lo que el vocablo intenta
nombrar: una tradición de larga data que remite a un modo de ejercicio de poder
de un sexo sobre otro, donde el sexo femenino es el dominado. Relativamente
nuevo, el término va de discurso en discurso produciendo un efecto de agotamiento
de significado que se presta a ser impregnado de cualquier sentido. En nuestro
país existe una ley de violencia hacia a las mujeres que procura garantizar su
integridad física y psíquica y situarlas en un plano de igualdad con los
hombres, pero la mayoría de los derechos contemplados ya estaban protegidos en
las bases jurídicas; entonces surge el interrogante acerca de los motivos por
los cuales estas garantías no pudieron aplicarse en el caso de las mujeres,
aunque… tampoco en el caso de algunos hombres. ¿Será que una ley de igualdad de
oportunidades puede resultar tan ilusoria en un sistema patriarcal como en una
sociedad capitalista? Tal vez, porque lo que se pretende garantizar para todos y todas no es posible dentro de ciertas estructuras que se han
sostenido y se siguen sosteniendo en un orden de cosas y una lógica de
pensamiento particular. Por estructura se incluyen aquí tres órdenes:
patriarcal, capitalista, psíquico ¿Triple? falla que atañe a las mujeres, que
se diferencian de los hombres pero
también de otras mujeres y de otros hombres y mujeres: mujer/hombre,
pobre/rica, del campo/de la ciudad, americana/europea, histérica/obsesiva, se
puede abrir el juego de las diferencias al infinito y resulta que no hay una
igual a la otra. Esto es pertinente también para los hombres, lo que hace
posible la pregunta: ¿son entonces los hombres, como categoría, los que dominan
a las mujeres en general? En principio no es posible responder a la pregunta si
no es teniendo en cuenta algunos de los universales mencionados que atraviesan
a un hombre y a una mujer. Ubicar esta cuestión debería estar en el punto de
partida de todo debate acerca de las mujeres, al menos para saber desde dónde
se habla frente a un problema fácilmente reductible al plano ideológico.
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